Por Noelia Pirsic
De izq. a der.: Carla Filipcic, Santiago Ballerini, María Eugenia Caretti, Mercedes García Blesa
Bajo la escucha atenta de artistas en formación, la soprano Carla Filipcic y el tenor Santiago Ballerini abrieron su corazón en una conferencia abierta que hizo honor a su título: “Humanizando al ídolo”. La charla, coordinada por María Eugenia Caretti en el marco de La Semana de la Voz del Conservatorio Manuel de Falla, tuvo lugar el lunes en La Vidriera de la DGEART (Perú 374, CABA).
Durante la conversación surgieron todo tipo de dudas sobre el mundo lírico que los cantantes respondieron con compromiso, empatía y honestidad: la vocación, el mercado de trabajo, la industria, la tensión sobre el escenario, la relación con el cuerpo.
Compartimos a continuación algunos fragmentos:
¿A qué edad empezaron a estudiar y en qué momento tuvieron que empezar a creer en sí mismos?
Carla Filipcic: Empecé a estudiar terminando el secundario. Nunca dije: “Quiero ser cantante, es mi sueño”. Se fue dando. Empecé a cantar en un coro y me decían que tenía buena voz. La gente empezó a decir “¡Ohh!”, entonces ingresé al Conservatorio. La carrera me empezó a llevar a mí más de lo que yo la fui buscando. Fue bastante de adulta que se me dio por cantar. Con respecto a lo de creer en uno mismo…
Lo que pasa es que los vemos en el escenario y decimos, wow, tienen toda la confianza.
Carla Filipcic: Hablo absolutamente desde mi subjetividad, siento que uno siempre tiene que confiar en algo y en mi caso eso es mi trabajo, mi estudio. Solo puedo confiar en todos esos meses, todos esos años, todos esos días en que una buscó, buscó, buscó, buscó. Y eso es lo que te da fuerza en el momento en que te agarra pánico ante un teatro, cuando estás mal o estás enfermo y no sabés que hacer. Lo único que te sostiene es confiar en el trabajo hecho. No sé si existe un punto en que uno dice “Llegué a algo”. Uno dice: “Trabajé para llegar a esto, estoy en el momento en que estoy, hice todo lo mejor que pude y hay gente que confía en que estoy acá por algo”.
Santiago Ballerini: Yo comparto absolutamente. Creo que uno se para sobre el escenario primero con las experiencias, con lo que vas transitando en el camino y lo que más te sostiene en un trabajo profesional -donde uno tiene un contrato y una responsabilidad en el teatro, un director, una temporada-, es el trabajo personal. Es el trabajo constante, horas y horas de música. Tengo mucho cuidado sobre a quién le pido consejos y a quién escucho. Es importante tener un grupo y un equipo de trabajo, porque uno no está solo: está el maestro de canto, el repertorista, el coach. Hay que confiar y escuchar al equipo que elegiste. En cuanto a mi camino, empecé a estudiar piano a los diez años. Cuando terminé el secundario, mis papás me dijeron: “Tenés que estudiar en la universidad”. Entonces decidí hacer Musicoterapia en la UBA, de donde egresé. Un día estaba en el Hospital Italiano atendiendo a un grupo de nueve personas y sentía que mi voz me acompañaba con el piano pero no tenía la potencia suficiente para sostener la terapia. En ese momento llegué a Ricardo Yost, ni más ni menos, y ahí empezó todo. Entré al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y acá estamos.
«Humanizando al ídolo» en La Vidriera de la DGEART.
¿Cuál fue el ejercicio de técnica que más te sirvió cuando estabas aprendiendo?
S.B.: Yo no creo que haya un ejercicio para nada. No hay uno para todas las personas porque todos los instrumentos son distintos, todos los cuerpos son distintos. Hay que encontrar en uno el ejercicio que nos hace bien. A veces nuestro cuerpo, por tiempo, edad, altura, tamaño, cambia mucho, especialmente con la edad, los cuerpos van modificándose. Un ejercicio que a mí me funcionaba a los 20, a los 40 no me va a funcionar. A mí me tocó cantar en Perú a mucha altura: ahí tenés que trabajar con tu cuerpo de una manera absolutamente distinta.
C.F.: Yo comparto todo lo que decís y le sumo que uno va cambiando. No es posible elegir “un ejercicio”. Hay algunos que en determinado momento de la vida a uno le resuelven algo, pero no hay uno solo porque en toda esta búsqueda -que lleva muchos años, tal vez toda una vida- me parece que no solo cambia el cuerpo sino también cambia la cabeza. Lo que entendías de una forma hace un año, hoy lo vas a pensar de otra. No pasa solamente por comprender cómo se comporta la laringe, el instrumento, donde podemos encontrar ciertas similitudes, sino por cómo uno percibe esas cosas. Influyen también los bloqueos emocionales y físicos de cada uno. Todo eso va cambiando a lo largo de los años: cómo está uno, la postura, la autopercepción, todo eso forma parte del instrumento y en ese sentido es un constante re-descubrimiento. Somos seres humanos diferentes con formas de ver el mundo distintas y de entender nuestro propio cuerpo de manera distinta.
S.B.: Sí, la historia personal te hace entender las cosas de manera distinta. También pienso que hoy en día buscamos la fórmula mágica: que alguien me traiga el ejercicio para que yo cante de tal forma. Pero nuestro trabajo vocal tiene que ver con un trabajo constante con uno mismo, más allá de que tengamos un coach o un profesor. La experiencia y el instrumento somos nosotros. Tenemos que escucharnos mucho, aprender a escucharnos, para saber con qué estamos trabajando. Conocer la voz desde el oído interno, es muy distinta al sonido y la percepción desde fuera.
¿Han detectado incomodidades o tensiones al cantar? ¿Cuáles? ¿Qué herramientas usaron para solucionarlo?
S.B.: Yo canté una función de L’elisir d’amore con 39 de fiebre. Tenía las amígdalas que eran dos huevos de avestruz. ¿Cómo lo resolví? Uno tiene un contrato, es así. También tiene que ver con construir una carrera. Cuando uno construye una carrera, al mercado le tenés que dar cierta información: tenés que dar una continuidad de que hacés las cosas bien, no solo una vez, no solo en una función o en una audición, sino muchas veces. Esa información le llega al mercado. Todo es una construcción en la vida. Yo me dije: “Tengo que poder hacerlo muscular y físicamente y estar concentrado en lo que vengo trabajando en mi casa”. Lo resolví con las herramientas técnicas. El canto no es nada mágico: es aéreo y muscular. Todo lo que uno hace tiene que ver con un anclaje y una idea exacta propios de cómo reproducir un sonido de presión de aire -aéreo- o muscularmente. Un día me levanté mal, como ese día, y tenía un contrato para cumplir. Lo tengo que hacer. Por eso siempre hay que estudiar y trabajar en casa. Si el problema es físico, tenés que ir a un fonoaudiólogo, porque sino lo funcional se va a desmejorar más al seguir cantando sobre eso. Si uno canta sobre el problema, el callo se va a hacer más grande.
C.F.: Lo importante es tener cosas muy concretas que a vos te sirvan. Es como imaginar una planilla con zonas de tu cuerpo y las vas chequeando. Tenés que hacerte tu propio recorrido: dónde tengo la cabeza, cómo estoy respirando. A veces venís trabajando el rol y estudiando pero, cuando llegás al escenario, todas las sensaciones con las que vos venías trabajando cambian radicalmente. Y ahí es cuando la gente piensa: “Pero si lo venís practicando, lo venís haciendo bien, te tiene que salir bien”. Y para una es como si viniera de nadar en la pileta, con un entrenador, gorrito y malla, haciendo crol durante dos años, pero un día te tiran con ropa en el mar de noche y te dicen: “Y dale, ahora hace crol”. La sensación puede ser muy diferente. Cuando subís al escenario, muchas veces cambia tu percepción auditiva y física, pero todo sigue y se espera que hagas lo que tenés que hacer. De repente, regiones de tu cerebro se ocupan de tantas cosas nuevas a las que no estabas acostumbrado mientras estudiabas, y es en ese momento cuando ese pedacito de conciencia tiene que empezar a chequear: dónde tengo la cabeza, dónde tengo los hombros, cómo estoy respirando, dónde tengo la cadera, qué estoy sintiendo, y empezar a ubicarte porque tenés que salir a cantar el aria. La importancia de ir generando eso a lo largo de todo el estudio es lo que te va a servir para el momento en que no estás óptimo pero tenés que subir al escenario. Mi profesor de Alemania tenía una frase que a mí me sirvió mucho en más de una oportunidad: “Mente fría con corazón caliente”.
S.B.: Uno a veces ve al cantante en el escenario y piensa: “Qué fácil que le sale”. Pero estamos trabajando. Cuando estás cantando tenés que tener los ojos en el director o en el monitor, estar en la luz, estar con el vestuario, tenés que pasar el texto por tu corazón para decir algo. O sea: tengamos la cuestión técnica resuelta porque tenemos muchísimo más para pensar en ese momento. Y, además, estamos solos.

¿Cómo es el tema de las agencias? ¿Hay que tener un manager?
S.B.: Necesitar un agente muchas veces es determinante en la cultura en donde estamos. El mercado latinoamericano es muy específico y se trabaja muy bien sin agencia, a diferencia de los mercados de Estados Unidos y Europa. En estos dos últimos, sí o sí se necesita un agente. Está mal visto que te contacten a vos como artista, personalmente. Al comienzo de la carrera tener agente es innecesario pero, al avanzar, es muy profesional que los directores o teatros hablen con tu agente. La relación que uno construye con esa persona es como un matrimonio: hay que generar la confianza de las dos partes.
C.F.: En Europa se consiguen audiciones por agente, pero también te llaman directamente si te conocen y les gustaste. De todos modos hay otras cuestiones a tener en cuenta: hay gestos que acá quizás son bienvenidos al cantar y que allá se ven ridículos, o de mal gusto. Cuestiones de la interpretación. Los códigos culturales, cómo la gente se vincula con los semejantes, construyen una sensibilidad compartida dentro de una cultura. A veces cantás un rol en Argentina y, si lo hacés igual en Alemania, la gente no responde de la misma manera, quizás incluso se asustan si hay un exceso de emotividad. La expresión provoca diferentes resultados, según donde estés.
¿Cómo es la dinámica en una relación estable de pareja con tantos viajes y compromisos? Y, en el escenario, ¿hay tentaciones?
S.B.: No hay una respuesta generalizada para todas las personas. Uno trabaja con las emociones, pero yo personalmente soy bastante pacato en ese sentido. Para mí ir a trabajar es ir a trabajar. Cuando estoy trabajando solo pienso en eso. Y, sobre sostener una relación, en mi caso viajo siete meses, vuelvo acá a un mes. Estoy viviendo en Estados Unidos y tal vez vengo una semana. Es muy difícil en este momento para mí. Pero uno sí trata de sostenerse con las personas que te acompañan: familia, amigos, uno se agarra de esas relaciones un poco más.
C.F.: Yo comparto. Cada uno puede hablar de sí mismo en esto, es muy personal. La tecnología no compensa la distancia, para mí. Pero tengo amigos que tienen relaciones donde se ven poco y están fenómeno. Cuando uno está en carrera, no necesariamente el problema son los viajes, una se pasa el fin de semana estudiando y no se puede hacer una escapada, por ejemplo. Tenemos ritmos que no son de persona con trabajos convencionales. El fin de semana pasado me fui a Paraná con la partitura de Tristán e Isolda, no podés desconectar del todo a veces. Y, en cuanto al escenario, evito tener relaciones con colegas, en general, no voy por ahí. Pero es una elección personal.
¿Alguna vez recibieron una mala devolución de un jurado? ¿cómo lidian con la crítica?
Al unísono: ¡Llanto! ¡Terapia! ¡Amigos! ¡Pantuflas!
¡Helado!
(Risas)
S.B.: Se reciben muchísimos ‘no’. Al comienzo son más los ‘no’ que los ‘sí’. Hoy en día, los jóvenes tienen mucha menos tolerancia a la frustración. Creo que la carrera se hace más con la resistencia y con la resiliencia que con otra cosa. Uno nunca sale a hacer algo al escenario para llenar expectativas de nadie, la responsabilidad es con el trabajo.
C.F.: A mí me sirvió mucho asumir que, desde el momento en que te parás en el escenario, hay gente a la que le vas a gustar y gente que te va a odiar. Así no te sorprendés cuando leés algo feo sobre vos. Una quisiera gustarle a todo el mundo, pero no es posible. A veces incluso dicen cosas hirientes. Yo evito leer en general las críticas, no engancharme ni con las buenas ni con las malas.
¿Se puede vivir de ser cantante argentino? O hay que ser sí o sí un cantante internacional.
C.F.: Hay muchas formas de poder vivir de esto. Yo siento que algo a veces te elige más de lo que vos lo elegís. Creo que uno tiene que desarrollar una personalidad también. Amar todo lo que cantás. Tomar elecciones buenas a la hora de audicionar y mostrarse. Hacer las cosas muy desde el alma, muy desde el corazón: la música que cantes te tiene que calentar. Solo así a la gente le va a gustar. Es mucho más fácil hacerte un lugar como solista si no solo demostrás que cantás bien sino que te gusta mucho lo que estás cantando. De todas las arias, hay una con la que te pasa algo. Metete con eso. Eso es lo que va a marcar una diferencia a la hora de pararte sobre un escenario, a mostrarte y construir una carrera. Lo otro también se va construyendo, pero ir con esas armas me parece fundamental porque es lo que muestra tu personalidad. Por otro lado, hay muchas formas de ejercer la carrera de cantante, también, no tiene que ser necesariamente como solista.
S.B.: Ninguna carrera es igual y no hay una carrera perfecta, cada uno arma la que quiere armar. Hay gente súper valiosa nacional que canta en Argentina, en Uruguay y en Chile, y decide quedarse acá porque es lo que desea, y otros decidimos hacer una carrera un poco más afuera y cada tanto venir a cantar acá. No hay una forma correcta. Es lo que cada uno decida, lo que le hace bien, lo que le llene las expectativas a uno. Siempre digo que lo más importante en esta carrera es ser feliz, aunque suene tonto. No es que la felicidad tenga cara de carrera internacional.

Muy buena y jugosa charla por profesionales en serio !!!!!!
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