Texto: Noelia Pirsic | Foto: Carolina Santos
Hace rato que la ópera dejó de habitar únicamente las salas destinadas a ese fin y comenzó a expandirse hacia otros espacios que no están vinculados con la música. El fenómeno independiente lidera esta corriente, llevando el género a pequeñas salas de teatro, bares y hasta fábricas recuperadas, como fue el caso de la puesta en escena de Curlew River de Benjamin Britten por Lírica Lado B en 2015 en el IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina).
La experiencia en la fábrica resultó reveladora para la compositora Patricia Martínez. Ese mismo año comenzó a dar forma a la ópera experimental “La niña helada”, que desde hace tres fines de semana se presenta en el Centro Cultural Recoleta con funciones los sábados y domingos hasta el 6 de agosto inclusive.
Martínez, que ya venía trabajando en otras obras relacionadas con la temática de la muerte, le propuso al libretista Mariano Saba trabajar en una obra basada en una historia real: La de un padre que decide apelar a un procedimiento de criopreservación para evitar la muerte de su pequeña hija y esperar la cura del mal.
La idea surgió a partir de la difusión de la noticia de que Matheryn Naovaratpong, una niña de origen tailandés de tres años, se había convertido en la persona más joven preservada criogenécamente. En enero de 2017, luego de numerosas intervenciones quirúrgicas, su cuerpo viajó congelado en un container desde Tailandia hasta Estados Unidos para permanecer así a la espera de un avance de la medicina. Esta historia inspiró la obra de Fernandez y Saba, con eje en tres preguntas: ¿Qué sucede con el alma de esa niña? ¿En qué limbo resulta confinada? ¿Qué sucede con el alma del padre?
“Al principio nos preguntamos si era posible encarar un proyecto así, medio de la nada –explica la compositora-, porque un proyecto de la envergadura de una ópera implica muchos recursos y cuestiones de producción. Si uno no tiene seguridades, es difícil embarcarse”. Así y todo, Saba y Martínez comenzaron a crear esta obra experimental que se estrenó en su versión completa en Buenos Aires hace tres semanas.
¿Cómo ha sido la repercusión en el público hasta el momento?
Patricia Martínez: Estamos contentos porque generalmente, para este tipo de propuestas de música contemporánea, el público suele ser escaso, pero las funciones se están llenando. La gente se va muy contenta. Algunas personas me comentaron que tenían miedo por la temática, pero los comentarios que recibimos hasta ahora son muy positivos. El público no se conecta desde el dolor, sino desde lo sensible. Nuestra propuesta es conectar desde un lugar emocional, abrirnos a poder sentir y vivenciar ciertas cosas a través del arte. En general, la música contemporánea apunta a algo mas cerebral, o teórico, que pasa por otro lugar. No es el caso de esta obra, aunque esté enmarcada en el género contemporáneo. Tanto en ‘La niña helada’ como en mis otros proyectos, me interesa un acercamiento más sutil, personal, íntimo, con el público.
Ser compositora te permite crear distintos tipos de piezas musicales. ¿Por qué elegiste hacer ópera?
P.M.: Uno aprende a responderse esa pregunta haciendo. El tema de lo interdisciplinario es fundamental en mis obras, es algo vital. No solo el sonido, sino cómo eso aparece en la escena, cómo están los intérpretes, el trabajo con el cuerpo, con el movimiento, con la luz: Todo es parte de la obra. La característica que yo tomé para decir que ‘La niña helada’ se enmarca como una ópera es la fuerte pata en el tema argumental: Que haya una historia y que esa historia sea el motor. La historia es el elemento fundante que está reinando, es primordial. En esta obra hacemos una apuesta casi de descubrimiento, llevamos mucho más al extremo todo lo escénico desde el lugar de la experimentación, la posibilidad de descubrir otros vínculos entre el sonido y lo que ocurre en escena.
¿Cómo tomás el desafío de convocar público para ver una ópera contemporánea?
P.M.: Hay ciertos prejuicios y encasillamientos a veces acerca de qué es lo contemporáneo. Estamos acostumbrados a ciertos enfoques de lo contemporáneo, y pensamos que ahí murió todo. Pero en realidad hay un montón de formas de creación actual que no están ligadas a un único estilo. Hay que animarse a poder descubrir algo que nos sorprenda, algo que quizás no esperábamos. Uno tiene la necesidad de seguridad, de decir ‘esto es esto o aquello’, como herramienta de protección, cuando uno escucha algo por primera vez. El desafío es dejarse llevar, permitirnos conectar desde lo más emocional e irracional, sin ponerle categoría.
¿Cómo es la experiencia de poner una ópera en un espacio no asociado a este género, como es el Centro Cultural Recoleta?
P.M.: Justamente, elegimos aclarar que se trata de una ‘ópera experimental’ porque hacía falta clarificar, ya que en el Recoleta se hace mucho teatro de texto, no tiene una tradición de ópera. Fue todo un desafío para nosotros, no sabíamos qué iba a pasar, porque no estábamos en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) ni en un lugar asociado a la música.
¿Cómo resulta la experiencia de hacer ópera independiente?
P.M.: Decidimos arriesgarnos y animarnos a probar cosas distintas. Nos preguntamos: ¿Es posible hacer algo de forma independiente? Y lo logramos con el esfuerzo y el amor de todos, que es el motor de toda esta obra. La producción corre por nuestra cuenta. Es una cantidad enorme de trabajo que se necesita para lograr todo esto, y realmente vale la pena. Gracias a la Universidad Nacional del Arte (UNA) conseguimos unas campanas tubulares de orquesta que hacían falta. Muchas cosas se consiguieron por préstamo, canje. La lista de agradecimientos es interminable. Pasamos por un montón de estadíos hasta que logramos armar este equipo de músicos, artistas, técnicos. Cada cosa mínima tiene detrás una historia de larga dedicación.
Es gracias a esos esfuerzos que subsiste la ópera independiente hoy en día.
P.M: Sí, y eso es tremendo. Lo más complejo de todo esto es tratar de luchar por políticas culturales que amparen este tipo de trabajos. Necesitamos continuidad, que estas cosas puedan crecer, que se puedan desarrollar, que todas las compañías puedan seguir trabajando. Hay que lograr construir y que esto tenga raíz y fortaleza, sino es muho esfuerzo en un solo proyecto que queda en la nada. Hay que conseguir una forma de que todo este trabajo y dedicación tengan una estabilidad, una continuidad. Tiene que ser función del estado permitir que estos proyectos crezcan y tenemos que luchar para que eso suceda. Llevo años bregando por ello.
¿Hay algo en particular que quieras transmitir acerca de ‘La niña helada’ al público que todavía no la vio?
P.M: Lo que yo pueda decir sobre la obra casi no importa. Lo más lindo es ir, escuchar y vivenciarla en persona.
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LA NIÑA HELADA
Ópera experimental
19 escenas para cinco voces solistas, ensamble y sonidos electroacústicos
de Patricia Martínez (música) y Mariano Saba (libreto)
8 DE JULIO AL 6 DE AGOSTO, 2017
SÁBADOS 21 HS, DOMINGOS 17 HS
CENTRO CULTURAL RECOLETA, JUNÍN 1930, CABA
ENTRADAS: $120 Y 2 X 1 MENORES DE 30.
ENTRADAS EN VENTA ONLINE: http://www.centroculturalrecoleta.org/agenda/la-nina-helada
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Ficha técnico-artística:
Mezzosoprano: Ximena Biondo
Soprano: Lucia Lalanne
Soprano: Ana Lignelli
Barítono: Juan Peltzer
Integrantes del Coro de Niños del Teatro Colón:
María Sol Sánchez Polverini
Micaela Sánchez Polverini
Flauta: Sergio Catalán
Guitarra: Gabriel Evaraldo
Arpa: Gabriela González Czerednikow
Corno: César Leiva
Chelo: Fabio Loverso
Contrabajo: Manuel Volpe
Percusión: Arauco Yepes, Luciano Contartese (asistente de perc.)
Regie, escenografía y vestuario, diseño de iluminación: Alejandro Cervera
Dirección musical: Ezequiel Menalled
Preparador vocal: Diego Ruíz
Asistencia escénica: Paz Corinaldesi
Asistentes escénicas voluntarias (alumnas de la UNSAM): Luna Barneix , María Belén Loiza
Fotógrafo: Alejandro Held
Video: Sebastián Durán, David Cardona
Diseño gráfico: Sebastián Wenger
Libreto: Mariano Saba
Música, dirección artística, producción: Patricia Martínez