“Esta obra muestra la cocina más podrida y menos edulcorada del trabajo artístico”

El estreno de Compañía Inefable, “Primero la música, después las palabras”, ilumina con humor el contexto de producción artística actual.

Por Noelia Pirsic

Para fundar una compañía de ópera lo primero que se necesita son ganas. Muchas ganas. Después, sobre esa base de entusiasmo, se va montando todo lo demás: el nombre del proyecto, la obra que se va a hacer, la puesta en escena, el cronograma de ensayos, la sala, las formas de difusión. La clave es contar con un grupo de personas apasionadas con deseo de meterse en un embrollo tan complejo como montar una ópera completa por cuenta propia.

El estreno de Compañía Inefable tiene mucho que ver con este asunto: “Primero la música, después las palabras”, la obra que eligieron para presentarse formalmente en la escena lírica porteña, tiene como protagonistas a dos personajes que decidieron dedicarse a este género pero que, a diferencia de este grupo de artistas jóvenes, se encuentran en las antípodas de la pasión

“Estábamos buscando material, barajamos varias opciones y Mauricio (Meren) propuso este título”, recuerda Carolina Basaldúa, la directora escénica de la obra. “La contemporaneidad ya estaba en el material. No tardé en pensar: ‘Es esta'».


Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

El argumento es sencillo: un compositor y un poeta reciben un encargo que consiste en escribir una ópera en cuatro días. En la época en la que esta obra fue compuesta -a finales del siglo 18-, quienes podían realizar ese tipo de encargos eran personas pertenecientes a la nobleza. En el texto original, quien lo hace es un conde que exige, además, incluir una cantante de repertorio trágico dentro del elenco. Por ora parte, un príncipe, amigo del poeta, propone un soborno -nada menos que cien dólares, en esta versión argenta- para que la dupla incluya, además, a una cantante cómica.

“La primera operación que hice sobre el material fue buscar los ‘yo del futuro’ de estos personajes del siglo 18”, explica Basaldúa acerca de la puesta en escena de esta ópera compuesta por Antonio Salieri y Giovanni Battista Casti en 1786. “Transformé al conde y al príncipe (personajes que no veremos nunca pero que son evocados numerosas veces) en el director y el productor de una casa de ópera estatal, único lugar en el que se puede hacer ópera a gran escala hoy en día. El Maestro di capella, a quien llamamos Compositor, es un artista-burócrata a quien el sistema ya se lo tragó y lo volvió a escupir. El personaje del Poeta se convirtió en un libretista con principios, pero que si no gustan tiene otros. En definitiva: dos artistas mediocres que, a pesar de las paupérrimas condiciones de producción, dicen que sí a todo para no ser reemplazados por otros que seguro aceptarían aún en peores condiciones. Vi en Eleonora, la soprano trágica de la obra, a una mujer que vive de perpetuar un mito de sí misma. En Tonina, la cómica, una cantante de dudosa estabilidad mental pero de dotes actorales admirables”.


El embrollo queda planteado desde la primera escena, cuando los protagonistas acuerdan aceptar el encargo. A lo largo de la obra, intentarán sacarse el problema de encima con recursos dudosos. “Tanto el Compositor como el Libretista empiezan a elaborar estrategias (no)creativas para intentar llegar a término. El músico recicla piezas que ya escribió porque siente que no necesita crear nada nuevo, tiene el impulso creativo medio muerto. El libretista roba textos ajenos porque, lisa y llanamente, no se le ocurre nada. Todos, a su manera, están muy desorientados en su oficio. Ninguno sabe muy bien por qué hace lo que hace”, apunta la directora. “Creo que el lema de esta obra podría ser, como dicen el Compositor y el Poeta: ‘Maldigo el día en el que decidí ser artista’».


La chispa inicial

Compañía Inefable comenzó siendo grupo de tres cantantes: una soprano -Julieta Nicoletti- y dos barítonos, Guido Cavallo y Mauricio Meren. Contaban con experiencia previa como intérpretes en distintas compañías líricas pero nunca antes se habían ocupado de la producción de una obra. 

A finales del año pasado, se presentaron como “Jóvenes en Concierto” en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura de Buenos Aires con una versión semi-montada de la ópera «El teléfono» de Gian Carlo Menotti. Les gustó tanto hacer algo propio que en 2023 decidieron redoblar la apuesta y ampliar el equipo con Carolina Basaldúa y el director musical Federico Chlopecki. La compañía se re-fundó bajo un nuevo nombre: “Inefable”, que refiere a aquello que no puede ser explicado con palabras. 


“La experiencia de trabajar en una producción de ópera propia es hermoso”, asegura Nicoletti, quien interpreta a Tonina, la cantante cómica de la obra. “Es algo que vengo buscando hace mucho tiempo: consolidar un grupo y que todos tiremos para un mismo lado. Para mí es un sueño cumplido. Había algo de lo comunitario que estaba buscando hace mucho tiempo y se juntó con estar con gente muy talentosa que sabe lo que hace. Se generó un grupo hermoso”.

En un principio, el plan era estrenar óperas cortas del siglo 21 pero muy pronto se encontraron con el primer problema: los derechos de autor de estas partituras resultan impagables para una compañía independiente. Esa restricción resultó beneficiosa: mientras buscaban títulos alternativos, dieron con esta obra de Antonio Salieri que, además, nunca había sido estrenada en Argentina. 


“La verdad es que siempre mantuve el entusiasmo porque es un proyecto que realmente nos interpela, nos gusta, tenemos ganas de hacerlo, ganas de crecer y seguir aprendiendo”, explica Meren, quien encarna el doble rol de cantante -el Poeta- y productor, al igual que sus colegas. “A medida que íbamos avanzando con el montaje de cada escena y veíamos que nos iba saliendo mejor, nos sentíamos cada vez más motivados. Me siento responsable de sacar adelante cada situación porque todos están dejando su tiempo y su energía por hacer esta obra. Siempre sentí esa responsabilidad de que, por respeto al otro, había que continuar aún cuando aparecieran obstáculos. Cada escena, cada foto que sacábamos, el nombre de la compañía, el logo, cada uno de esos logros era una gran victoria».


Con tiempo para profundizar

Guido Cavallo interpreta al Compositor al tiempo que también se ocupa de diferentes aspectos de la producción. Él mismo se encargó de construir el pizarrón con pie que forma parte de la escenografía. “Dejando de lado el rol extra de la producción, este proyecto en particular me permitió hacer un trabajo de profundización de personaje que nunca antes había tenido en ninguna ópera. Nos tomamos el tiempo para buscar, probar, equivocarnos y elegir qué queríamos mostrar con cada cosa que hacíamos. Eso, desde mi punto de vista de intérprete, es impagable: poder hacer un trabajo íntegro con los tiempos que suelen manejarse en la ópera es un lujo y una experiencia valiosísima. Por otro lado, al ser pocas personas y ensayar casi siempre al mismo tiempo, se da un ambiente de equipo muy lindo que contribuye a la química que se ve en el escenario”, señala el cantante.


El elenco se completa con la soprano Denise Pertusi en el rol de Eleonora, una cantante recién llegada de Europa con ciertas ínfulas. Pertusi coincide con la visión de Cavallo sobre la posibilidad que esta producción le dio de trabajar en profundidad: “Esta obra resultaba un desafío porque es súper teatral y no tenía mucha experiencia en eso, eso me daba un poco de miedo. Me ayudó muchísimo trabajar con alguien como Carolina que hizo que todo me resultara mas fácil y natural. Tambien me ayudó la buena onda de mis compañeros”.


Ensayar, producir, ensayar

En marzo, la compañía ya contaba con directora escénica, director musical, elenco y espacio de ensayo. El equipo estaba casi completo salvo por el pianista, que apareció a partir de una publicación en un grupo de Facebook. “No sabíamos qué esperar, porque nos escribió una persona que tenía un seudónimo y una foto de perfil que era un dibujito, pero nos la jugamos”, explica Mauricio en referencia a Mauro Reynoso, el músico que los acompañó durante todo el período de ensayos y ahora en funciones. 

“Mi principal motivación para sumarme al grupo fue nuclearme con otros músicos que tengamos intereses en común en relación a lo estilístico-musical, en este caso lo académico”, señala Reynoso. “Expandir el repertorio, leer partituras, es un entrenamiento para mí. Contaba con experiencia en óperas y también tengo mucha experiencia en acompañamiento pianístico tanto en lo que es danza como en agrupaciones corales, pero nunca había participado en una producción de ópera con cantantes profesionales como es el caso. Fue un desafío musical y me alegra haberlo podido cumplir”.


Para Chlopecki, a cargo de la dirección musical, esta producción también fue un entrenamiento a la vez que un desafío: “Si bien ya había participado en otras producciones en diferentes roles -maestro preparador, director de coro, asistente de dirección-, esta es la primera vez que participo en una producción 100% independiente y de ‘cosecha propia’. Lo que me motivó a participar fue, en primer lugar, la necesidad de tener un espacio en cual poder ejercer mi profesión; ser director, especialmente en Argentina, es un poco complejo porque los espacios no abundan”, remarca el músico. “Creo que la compañía se convirtió en ese espacio tan particular que estaba buscando. Un espacio donde pudimos conjugar las ganas y la experiencia de varios jóvenes profesionales que se complementaron y decidieron trabajar juntos con un objetivo en común”.

El proceso llevó, en total, seis meses, desde la reunión inicial hasta el estreno, un período de trabajo soñado para este tipo de producciones. Durante ese lapso, además de ensayar varias veces por semana, el grupo fue decidiendo otros temas importantes: el logo de la compañía, los colores, las gráficas, la estética y el contenido de las redes. 

A medida que se acercaba el estreno, las tareas se multiplicaban: coordinar con el teatro, diseñar e imprimir afiches y programas, convocar público, conseguir utilería, trasladar la escenografía desde el sótano en donde ensayaron durante el último tramo hasta la sala en Villa Crespo. “Durante el proceso, re-afirmé que es importante pedir ayuda y sobre todo escuchar cuando uno no sabe para ir aprendiendo, darle el espacio a cada uno en su rol”, explica Meren.


Una puesta de escena multi-capa

En esta producción, Basaldúa también estuvo a cargo de diseño de vestuario y escenografía. “En esta oportunidad me ocupé de esos roles porque los diseños funcionaban y porque se me ocurrieron en un momento muy temprano del proceso, pero no dudaría en trabajar con un/a escenógrafo/a y vestuarista si no lograra el resultado deseado o si el planteo tuviera otra complejidad”, aclara.

Sobre la puesta, que transcurre en la oficina de un teatro municipal, explica: “Definir el espacio está muy arriba en el ranking de mis preocupaciones a la hora de pensar una obra. Me ordena, me da un marco. Me permite delinear, después de elaborar el concepto de la puesta en escena, qué va a ocurrir en ese lugar, cómo se van a comportar y qué van a poder hacer, o no, los personajes. La escenografía, en este caso, es utilitaria y busca representar un lugar muy concreto: una oficina. Esta obra muestra la cocina más podrida y menos edulcorada del trabajo artístico. Enfatizo la palabra «trabajo». Por eso me pareció que el foco tenía que estar puesto en lo actoral. Prioricé la búsqueda de elementos que mostraran con claridad cuál es el espacio planteado y que fueran funcionales y utilizables en cada escena. No hubo lugar para lo decorativo”.


La versión de Basaldúa propone viajes constantes en el tiempo, entre el siglo 18 y el siglo 21, por medio de intervenciones en la música y en las palabras que recorren la obra de principio a fin. “Quería emular este procedimiento de pastiche para estructurar la puesta en escena, con momentos teatrales pregnantes de otras obras. La primera imagen que tuve fue la emblemática escena del abrazo de Pina Bausch en Café Müller. Le comenté esta idea al dramaturgo Julián Ezquerra y, en función de mi lectura del material, me sugirió muchas otras: la escena de la locura de Lucia de Lammermoor, el pañuelo que cubre la cabeza de Hamm en Fin de partie de Beckett y luego el pañuelo de la discordia en Othello, la novia muda y el soldado tartamudo del Wielopole, Wielopole de Kantor, el tiro errado en Tío Vania, el uso de los carteles de Brecht. Lo que siguió fue hacer una relectura del libreto con estos momentos en mente, para buscar cómo y cuándo se podían articular el material original con los intertextos. Finalmente, funcionaron todos”.


Calidad artística y humana

Si bien producir una ópera de manera independiente es un verdadero embrollo, Compañía Inefable mantiene su entusiasmo intacto. Se dio una junta tan apasionada y perfeccionista que, luego de estrenar “Primero la música, después las palabras”, el grupo continúa ensayando hasta horas antes de cada función para ofrecer el mejor espectáculo. 

“Debo decir que soy muy afortunado del equipo que conformamos, aprendí muchísimo del trabajo junto a mis compañeros”, subraya el director musical. “Me quedo con una frase que podría ser la síntesis de todo lo que me llevo de este proceso y es que ‘nunca es suficiente’. No importa cuánto uno estudie, cuánto uno haya aprendido, cuántos títulos uno tenga; siempre se puede mejorar, siempre se puede aprender algo nuevo. Así que feliz por la experiencia y ansioso por seguir trabajando y aprendiendo”.

En la misma dirección, Cavallo concluye: “Creo que podemos reducir toda la experiencia a que, si trabajamos de forma humana y con conciencia de las otredades, el día a día de los ensayos y la producción se vuelven un placer.”

Primero la música, despues las palabras

de Antonio Salieri y Giovanni Battista Casti

por Compañía Inefable

Duración: 78 minutos

Última función: domingo 8 de octubre 17 hs en Muy Teatro (Humahuaca 4310, CABA)

Entradas por Alternativa Teatral

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